La catástrofe empezó en 2020 con la muerte de mi padre. Años y años de ir al médico, de decir que algo no estaba bien. Que veía una luz constante en un ojo, que se ahogaba, que tenía la espalda llena de bultos. Teníamos una doctora de cabecera maravillosa que no estaba casi nunca. Sus suplentes a todo decían que no era nada. Cuando estaba ella y sí le mandaba a los especialistas los especialistas le miraban por encima y decían que todo estupendo.
En realidad tenía cáncer de pulmón y, cuando finalmente se lo diagnosticaron, estaba por todas partes. Desde ahí duró solo unos meses. Tuvo una oncóloga que era un encanto, por la que siempre estaré agradecida. Sin embargo, por una larga historia, terminó sus últimos días en un hospital que no era el suyo de referencia. Uno de estos que se encargan de pacientes de la pública pero en realidad son privados. Era muy bonito, muy cómodo. Pero los médicos que le tocaron ahí se empeñaron en que lo que le pasaba era COVID. Hicieron todo lo posible para decir que no podía ser otra cosa. Aunque las pruebas seguían dando negativo. Eso significaba aislamiento.
Unos meses después mi madre tuvo un accidente y perdió la movilidad en la mano derecha.
Después de eso vino una muerte de familiar cercano o del de alguno de mis mejores amigos al año, todos con el mismo patrón. Ir al médico, que no te hagan caso. Que te den diagnósticos absurdos. Que finalmente sea un ay ya es que no se puede hacer nada.
Y es curioso porque, aunque previamente mi abuelo había muerto de esta manera también, de la misma enfermedad que mi padre, de hecho, yo hasta aquí seguía teniendo una idea bastante idealista de los médicos.
Que había algunos malos pero muchos buenos. Que el problema era la saturación y la falta de inversión en medios. Que ante un evento cataclísmico incluso una persona regular era más probable que pusiese de su parte que lo contrario.
Lo que 2025 me ha enseñado es que soy tonta.
Hace unas entradas os decía que había sido muy irregular en las publicaciones pero que esperaba que, después de una operación a un familiar, las cosas fueran más tranquilas. No, no lo fueron. Y no lo fueron por un lado porque la vida es dura y el cuerpo humano frágil pero lo más duro fue de nuevo el sistema sanitario.
No voy a entrar en muchos detalles por su privacidad. Pero las molestias de mi madre empezaron como en 2015. En 2019 un médico la llamó gorda y un par de cosas más y a casa. En 2022 ya era metástasis. Empezaron las operaciones, las citas constantes. Y, en 2023, los síntomas más complicados. Dolores de garganta, cambio en el sabor de la comida, vómitos violentos, la pérdida total de un oído, mareos tan grandes por pérdida de equilibrio que no podía andar. Se lo dijimos a todos los médicos que pudimos, sin parar. Respondían que si gastrointeritis, que si por eso que ahora no se preocupase. Y yo me sigo preguntando cómo se supone que tienes que no preocuparte de dejar de poder andar.
El tumor en la cabeza, del tamaño de una pelota de golf, lo encontraron por error este año. La operaron muchos meses después, diciendo que no era urgente. Pero luego todo lo que ha pasado ha sido porque no la operaron pronto.
En este proceso nos han tratado tan mal que no ha habido un solo día de 2025 que no haya llorado por culpa de un médico. He aprendido a ir dispuesta a luchar cada consulta, a no fiarme de nada, a asumir que de cada cinco dos son mala gente, que al tercero y al cuarto no les importa nada y que al quinto, normalmente una persona maravillosa, le va a aplastar el peso del sistema.
Hemos tenido momentos de que le dieran el alta con terrible fiebre, con el informe más ridículo que me he encontrado en la vida, en contra de nuestra voluntad. Que esa misma noche se desmayase convulsionando contra una puerta mientras yo intentaba evitar que se diera golpes en la cabeza y sin poder hacer nada. Y que de vuelta a urgencias una neurocirujana tuviera el papo de decir, de manera despectiva, que ella sabía perfectamente cómo estaba cuando le dio el alta. Que la recuperación en casa. Y que ahí mismo quería firmarla otra vez. Gracias a dios apareció uno de los médicos que sí se preocupan y tienen dos dedos de frente y la ingresaron.
Hasta tuvimos una discusión con un técnico sanitario que insistía en que no podía llevar a mi madre desmayada a urgencias porque no llevaba zapatos puestos. Zapatos que no se le podían poner porque tenía las piernas tan hinchadas que no le cabían. Por qué era esto tan importante para este señor, nunca lo sabré. Pero cuando llevas días durmiendo pocas horas salteadas y mal la verdad es que es difícil de gestionar.
2025 ha sido una pesadilla para mí. Una de la que he aprendido mucho pero que me ha hecho perder fe en la humanidad a pasos agigantados. Las cosas no han mejorado en ningún momento y van a seguir empeorando, sospecho que durante años aún. Y que pueden ser mucho peores que esto.
Porque, igual que os digo que no os fiéis de ningún médico por si acaso, reconozco que menos mal que tenemos sanidad pública. No me quiero imaginar cómo debe ser vivir todo esto, por ejemplo, en Estados Unidos.
De 2026 espero ser capaz de congeniar mejor la situación familiar con mi vida laboral, estudiantil, Gorgonas y el resto de mis pasiones. No puedo prometer nada, pero ya tengo varias entradas escritas y la idea es retomar todo esto.
Una de mis obsesiones de 2025 ha sido el nuevo disco de Florence + The Machine, Everybody Scream. Como a Stelladia y a mí nos gusta elegir temáticas para el año nuevo esta vez tocan las brujas. Ella con la canción Sympathy Magic de fondo, porque quiere trabajar la empatía y la comunidad como antídoto contra el auge de la extrema derecha. Yo con Everybody Scream, porque me gustaría ser como ella pero aún no estoy ahí.
Lo primero que pienso leer este año es Carrie.
Por otro lado, también le tengo que reconocer a 2025 que tengo amigos maravillosos. Que no me ha faltado gente que se preocupe, que me mande con comida a casa, incluso para mi hermano sin conocerle. Que me han abrazado, que me han ofrecido todo lo que se puede ofrecer. También he llorado mucho de felicidad. Mi abuela y una de mis tías han sido todo lo que alguien le puede pedir a su familia. Stelladia es que no tengo ni palabras para decir todo lo que es para mí. Y mi hermano, que ha sacado su vena de ser el mayor y ha intentado protegerme de todo aunque fuese imposible.
Insistid con los médicos, siempre. Cuidaos mucho, cuidad a los que os importan, y espero que en 2026 no se vaya todo a la mierda y podamos hacer poco a poco una sociedad mejor.
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