La salvaje lejanía azul. Doctor Who, Russel T. Davies y el terror cómico

©BBC/Disney

Es posible que esta entrada termina siendo, simplemente, yo soltando halagos a diestro y siniestro. Con mucho spoiler y sin mucho sentido. Lo siento, pero es que este capítulo es una mezcla de todas mis cosas favoritas de Doctor Who y me emociono.

Muchos años atrás, empezando la serie, me imaginaba ciencia ficción clásica, muy británica y ñoña con una trama entre lo autoconclusivo y lo grandioso por formato. Y con eso probablemente me habría gustado, tiene mucho de ello.

Lo que me sorprendió y verdaderamente me enganchó fue el terror cómico familiar de Russel T. Davies y compañía. Estaba ahí desde el principio, con Christopher Eccleston, pero mi gran, gran amor fue la fusión de todo esto con David Tennant.

Ah, mi constante vital, el crushazo con David Tennant.

Lo que echaba de menos esta serie y este tipo de capítulos.

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Sí, en realidad nunca se fue. Pero como yo la dejé en Capaldi porque, aunque él como Doctor me parecía con una potencial excelente, no me gustaban los capítulos, esto está siendo volver a casa. Por Navidad además.

En fin, terror cómico y familiar. Episodio con una trama conclusiva pero final abierto, casi en exclusiva de Tennant y Tate dándoles espacio de sobra para lucirse, un guión que enseña lo mejor de Davies, una dirección que funciona y una serie que luce estupenda. Los fondos pueden rechinar un poquito a veces pero nada del otro mundo.

Agradezco que, después de presentarnos la nueva situación con la familia de Donna, hayan decidido reducir el cast y ponérnoslos a ellos, centrarse solo en su amistad y esa química impresionante que se gastan.

Son dos actores de gran fisicalidad, que acentúan todo con su carisma corporal y con gestos muy marcados, y ahora, con todo el trasfondo ya montado, la manera en la que se buscan mutuamente en escena tanto por costumbre como por guion funciona a la perfección.

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Davies además tiene un don para exponer el dolor y la intimidad en medio de la comedia tontorrona. Y, para mí, Tennant es el actor perfecto para estos guiones, para la expresividad que requieren y la capacidad de creer en lo que estás haciendo.

Pero Catherine Tate no se queda atrás, en absoluto, y este aire choni inglés duro sentimentalista que muestra en pantalla es de diez. Este capítulo nos recuerda todo el rato que ahora tiene una familia, que tiene que volver, pero que Donna sigue siendo Donna y es tan adicta a la aventura como su Doctor.

A la vez, este avance en su vida, es la marca constante de que aunque su anterior rostro haya vuelto el Doctor no puede volver atrás en su propio tiempo, al período en el que fue feliz, y olvidar todo lo que ha pasado.

Esta es una de las cosas que más me gustan. En una serie de un Señor del Tiempo los capítulos del tiempo, como no podrían ser de otra manera, se viven de una manera especial.

El juego es amplio.

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Para empezar tenemos el encuentro con Newton y el cambio a la palabra gravedad. La huella de sus viajes en el mundo. A mí me ha hecho mucha gracia, me ha funcionado estupendo y demuestra que con la química correcta no debes tener miedo a hacer las bromas más absurdas del planeta.

Y de ahí sigue a la parte un poco más compleja.

Todo trata de ir a cámara lenta. Pero algo que va despacio es la antítesis del Doctor de Tennant y de Donna. Ya han jugado antes con esto y aquí el guion lo hace genial. La escena de intentar dejar de pensar, él siendo incapaz de dejar su ego, la tensión. Corriendo de un lado a otro mientras el robot sigue a su propio ritmo. La de años que hace que la capitana de la nave murió y cómo ellos lo resuelven, sin embargo, en horas. Que la solución sea acelerar la destrucción.

Donna hablando y hablando y hablando hasta que todo es tan complicado que está claro que lo que tiene delante no es el Doctor.

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Por supuesto aquí se incluyen también los traumas que no pueden compartir, la pérdida del momento adecuado, la pila de secretos que han llevado a nuestro protagonista hasta el sitio donde está.

Y así llegamos al final del episodio donde Donna, nerviosa, da una respuesta complicada a la risa. Esto ha sido importante para mí porque es como intentar explicar a alguien no enganchado a Doctor Who por qué los chistes de Russel T. Davies son graciosos. Es un momento profundamente humano y, en el fondo, muy meta en el capítulo.

Lo resuelve, en un giro brillante, recordándonos el cariz científico del Doctor que a veces puede quedar tapado por la expresividad. Vuelve exageradamente tranquilo, en medio de la crisis, por una cifra matemática irrisoria.

Todo eso es Doctor Who. Es un capítulo perfecto para mí.

Tenemos, además, el detalle de la música, los destornilladores, lo compleja y deus ex machina que es la TARDIS, lo bien hecho que está lo inquietante, enfrentarse a uno mismo, el inicio de la trama para cerrar el aniversario. En fin, algo menos de una hora de pura diversión y emociones.

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